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Los escritores panameños, como cualquier artista que se respete, vivimos alimentando nuestros sueños. Sueños que nacen de la vida que vivimos y de la que quisiéramos vivir, pero también de nuestros deseos de conjurar la parte oscura de la experiencia humana y las injusticias que mantienen en jaque a la sociedad. Soñar y querer expresar esos sueños es la única forma auténtica de estar en el mundo siendo novelista, cuentista, poeta o dramaturgo. Pero eso ocurre, paradójicamente, porque sabemos que no basta con soñar: es necesario materializar en obras concretas lo imaginado, o al menos desarrollar una indeclinable lucha permanente por lograrlo. Y, en la práctica, esto sólo se logra escribiendo, creando. No conozco otra forma.
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